Hace un par de semanas no tenia ni idea de la existencia del poema de Gilgamesh, un texto clásico de la civilización Mesopotamia. Por cosas de la vida tuve que leerlo 1 y hoy, gracias a su lectura, escribo esta reflexión.
Para empezar, el poema narra las aventuras de Gilgamesh y de su amigo Enkidú con claras alusiones a la organización de la sociedad babilónica, su relación con el entorno natural, su sistema de creencias y su religión politeísta. Pese a la belleza del poema, lo que me llamo la atención es el peso del destino sobre el personaje principal. Si bien estamos familiarizados con este fenómeno sobrenatural en forma de oráculo gracias a los textos griegos, en Gilgamesh encontramos un texto atemporal que toca directamente las fibras de la realidad actual.
“Desde su concepción, tuvo Gilgamesh un destino preclaro”
(Tablilla I, columna II, verso 45)
Así inicia el poema. El destino, esa fuerza absoluta que define nuestras vidas. El de Gilgamesh fue ser un héroe que pasara a la posteridad por sus hazañas y por lo que dejó construido en Uruk. Pero, ¿cómo comenzaría el poema de un niño nacido en Palestina, aun cuando ni siquiera tenga conciencia de reconocerse palestino?, probablemente así:
“Para mí no hay alegría. A mí, desgraciado, me ha desgarrado el destino”
(Tablilla X, columna V, verso 30)
El destino de nacer en un territorio sagrado, el destino de nacer en un territorio dividido, el destino de nacer en un territorio en guerra. Si bien se dio una transición del politeísmo babilonio al monoteísmo judaico y musulmán, los sacrificios religiosos no han cesado porque:
“Cuando los dioses crearon a la humanidad, le impusieron la muerte; la vida, la retuvieron en sus manos”
(Tablilla X, columna II, verso 25)
Tal vez el motivo de los sacrificios actuales desmedidos no sea apaciguar la furia de los dioses, tal vez sea solo perpetuarlos en el poder, y al mismo tiempo, dar continuidad a la supremacía de una religión sobre otra y a la imposición política subyacente.
Esto conecta con el motivo de la obsesión de Gilgamesh: la muerte. Y es que, a pesar de ser dos tercios divino y un tercio humano, el temía. Presenciar la enfermedad y muerte de su entrañable amigo Enkidú lo llenó de terror, terror que lo llevó a emprender una aventura hacia el fin del mundo para encontrar el secreto de la inmortalidad. Tras tener en sus manos la planta que concede la juventud eterna, la pierde y regresa a Uruk como humano y como mortal.
Quizá para cada parte del conflicto esta guerra no es más que una hazaña para alcanzar la inmortalidad o, tal vez, sea una versión moderna del diluvio decretado por los dioses para que nazca un mundo nuevo. Lo cierto es que mientras los bombardeos, los malos tratos y el hambre no cesan, todos aquellos que pierden a alguien no pueden más que llorar, cual Gilgamesh, la pérdida de Enkidú:
“No fue Rabisu de Nergal,
el despiadado, quien lo raptó.
¡Fue el Infierno quien lo raptó!
En el campo de batalla de los valientes no cayó.
¡Fue el Infierno quien lo raptó!”
(Tablilla XII, verso 50)
Porque la historia es la misma: solo cambian los personajes. Porque “¡Cómo es débil la inconstante humanidad!”. Gilgamesh refleja la base de la civilización mesopotámica: una humanidad intrascendente ante un mundo divino y religioso. La realidad actual deja al descubierto la vulnerabilidad humana frente a sistemas de creencias dominantes. Al parecer, así como Gilgamesh perdió la planta, la humanidad ha perdido el poder de decisión; solo le queda el destino.
versión consultada: Silva Castillo, J. Gilgamesh o la angustia por la muerte: poema babilonio / traducción directa del acadio, introducción y notas. 2000. El Colegio de México, Centro de Estudios de Asia y África. México. 230 pp. Disponible en: https://somacles.wordpress.com/wp-content/uploads/2018/07/gilgamesh-ed-jorge-silva-castillo.pdf